En 2014 dos estudiante de Ingeniería Ambiental de la Universidad de la Costa comenzaron, en compañía de la profesora investigadora Claudia Herrera, un proyecto de ‘química verde’ con el objetivo de seguir esos lineamientos que permiten hacerla de forma sostenible, generar una menor cantidad de residuos e impactar menos el ambiente, utilizando recursos renovables.

Lo que comenzó como un proyecto de aula hoy es un modelo de apropiación social para pequeños y medianos agricultores que está a la espera de la concesión de una patente por parte de la Superintendencia de Industria y Comercio.

“En las asignaturas de laboratorio de química les presento a mis estudiantes lo que es ‘química verde’, y les propongo trabajar el proyecto de aula en torno a sus aplicaciones. Les pido que indaguen respecto a una problemática, un producto que quieran mejorar o alguna forma de impactar el medioambiente donde viven”, comenta Herrera.

Eduar Tarazona y Beatriz Ferreria, en ese entonces estudiantes de la Universidad de la Costa, dieron la idea que surgió como un proyecto de aula dentro del semillero de ‘química verde’. “Ellos son de tradición agrícola, sus padres son productores de banano y otros cultivos varios. Se veían en la necesidad de utilizar insecticidas, y por aquello de las certificaciones y tener productos con sello orgánico, era necesario remplazar muchos de los insecticidas sintéticos que se venden para el banano por algo que fuera inocuo pero igual de efectivo”, explica la investigadora.

Comenta que la idea planteada sobre el insecticida ya venía siendo utilizada por sus familias, pero querían mejorarla para hacerla más eficiente. En el proceso de mejoras duraron aproximadamente un año haciendo pruebas preliminares de laboratorio para poder cumplir con el objetivo de remplazar insecticidas sintéticos por orgánicos, que no dejen residuos contaminantes y que tampoco sean peligrosos para los seres humanos.

“Se hicieron pruebas en campo. Se halló una dosis óptima, y pudimos ver que no solo repelía insectos en cultivos tropicales, porque lo probamos aquí en Barranquilla en cultivos como la papaya, el melón, la patilla, sino que además se mejoraba el follaje y la calidad de la tierra”.

El producto, creación de profesionales de la Universidad de la Costa, tiene una combinación de ají picante y ortiga, también conocida como pringamoza, que permite que, además de combatir insectos propios de esta zona y que se mejore la calidad del terreno, tenga propiedades de fertilizante.

“En este momento estamos participando en una convocatoria de regalías. La idea es retomar y llevar este producto más allá a un modelo de negocios. Con la Universidad de la costa estamos en una segunda etapa del proyecto de regalías para desarrollar pruebas a mayor escala que nuevamente confirmen esos hallazgos preliminares”, señala Herrera.

Uno de sus objetivos principales es impactar el campo de una manera social, debido a que esta es una tecnología que se puede transferir. “Estamos siendo asesorados por la Vicerrectoría de Extensión para ver qué posibilidades hay de que sea una tecnología transferible de forma social”.

En 2017 comenzaron un proceso de patente de este producto, luego de haber participado en Redcolsi local y Redcolsi nacional. “Se hizo una vigilancia tecnológica y nos informaron que no existía un producto como este patentado en el mundo, por lo que hicimos la solicitud de patente.

Estamos a la espera”. Actualmente se encuentran en un proceso de revisión de fondos a la espera de la concesión de esta patente, y trabajando en el proyecto de regalías con el fin de materializar el modelo de negocio que sea de apropiación social, una tecnología trasferible al pequeño y mediano agricultor.

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